sábado, 11 de octubre de 2008

LA TORTURA NO EXISTE




Ya lo dijo alguien alguna vez, la tortura en América Latina no es un crimen, no hay que demandar a nadie por esas nimiedades.

Ratas en la vagina, electricidad en los testículos, golpes, meada en la cara, eran simples bromas que hay que olvidar en aras de la paz social.

Que no vayan los torturadores a dormir mal mientras los torturados siguen sin dormir.

Inútil es alegar que en el mundo civilizado la tortura es considerada un crimen peor que el asesinato, porque la tortura se sigue perpetrando en el tiempo, la tortura vive en el torturado, la tortura le quita al hombre algo mucho más valioso que la vida… le quita su dignidad.

¿Cómo alguien inteligente puede no entender eso? La respuesta es que se entiende demasiado bien.

Los torturados fueron tus compañeros de partido, de clase, de generación. Uno habría podido ser uno de esos torturados.

Ese es uno de los peores efectos de la tortura, que hace sentir a todos los que se salvaron de ella, que la sufren, que viven solo con un permiso condicional siempre a merced de ese enemigo tan omnipresente que se convierte en tu Dios.

El que no es torturado no puede no sentir el dolor que algunos hombres que murieron por creer lo mismo que él creía, no puede dejar de sentirse un sobreviviente que agradece al todopoderoso torturador estar vivo.

Respira en esa vaga ficción de creerse por encima del bien y el mal, tanto que ha terminado por debajo del bien y tan mediocre que no alcanza a llegar al mal.

Minúsculos en las prerrogativas de un cargo que les ha permitido defender todo lo que desprecian, los torturadores han logrado lo que querían.
Muchos torturados mueren diariamente en el mundo. Algunos otros se salvan y nadie los culpa por ello. Morir no es ningún honor, sobrevivir es lo heroico, crecer sobre las heridas, tener hijos, tener éxitos, reconocer sus errores, todo eso es heroico, pero es heroico solo si uno no borra lo que fue, si uno no niega su dolor, si uno no olvida que el bien existe y el mal también...

Eso es lo que los torturadores intentaron minar en los torturados, la seguridad en sus convicciones, la fe en sus cuerpos, la integridad de sus dichos y hechos. Alojando el miedo, la torpeza, la inseguridad, crearon en sus víctimas un fantasma.
A los sobrevivientes de la tortura, el dolor los hizo cambiarse de bando y negar ese dolor y negar a los muertos, y admirar a los secuestradores, y servirlos, y amarlos tanto como los odia y hacerles, de vez en cuando, unos trabajitos.

Un político debe ser hábil, tragarse golpes bajos, saber mentirle a los demás, pero ser para sus adentros por completo honesto, saber quién fue y quién ha sido y darse cuenta que ante la tortura de sus amigos, de sus compañeros, de sus hermanos, de sus compatriotas, solo caben dos alternativas: estar del lado de los torturadores o de los torturados.

Los neutrales son finalmente los mejores colaboradores del torturador. Hacen lo posible por demostrar que están del lado de los torturadores, pero finalmente no comprueban sino que son un torturado más, unas víctima tan condolida que está impedido de actuar según la más mínima lógica.

La tortura es un ministro del miedo… de su propio miedo.

Salu2!!!

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